El transcurso de la guerra hizo que la ciudad de Valencia pasara de vivir con una relativa tranquilidad los inicios de la contienda, a convertirse en un objetivo de primer orden al adquirir la condición de capital de la República. La estrategia militar de los rebeldes fue asediar sistemáticamente la zona leal con la clara intención de ahogar económicamente al bando republicano, destrozando infraestructuras bélicas e industriales, y atemorizar la población, sometiéndola a una tensión constante. Con el inicio de los bombardeos, desde comienzos de 1937, la calma tensa se transformó en miedo e inquietud ante la imprevisibilidad de los ataques y su capacidad destructiva, que no discriminaban entre las víctimas que dejaban a su paso. Aquello que empezó siendo retaguardia pasó a ser campo de batalla de manera repentina.
Ante tal escenario, la ciudad tuvo que adoptar medidas para defenderse de la manera más eficaz posible, tanto de los bombardeos como de los avances del ejército franquista. Las autoridades republicanas, contando con la colaboración de miles de ciudadanos, iniciaron —de manera improvisada primero, y más organizada, posteriormente— una ingente labor de defensa para salvaguardar al máximo a la población civil del peligro de la aviación.
La combinación de estrategias, tanto de defensa activa como pasiva, evidenció la determinación de la ciudad de Valencia y la voluntad de sus habitantes para protegerse y resistir la ofensiva enemiga en medio de uno de los conflictos más trágicos de la historia española.